Prólogo de Horacio Díaz Pendás* al libro “Entre espinas, flores. Anecdotario” del profesor Carlos Marchante Castellanos
* Profesor de Mérito de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Juan Marinello Vidaurreta, de Matanzas, y Premio Nacional de Historia 2012.
¿Cómo deben enseñarse las grandes figuras de nuestra historia para que no se aprecien como estatuas de bronce o seres inalcanzables?
Este es uno de los grandes retos pedagógicos para todo el que intente contribuir a la educación patriótica del pueblo y, de manera especial, de los escolares.
Carlos Marchante Castellanos nos entrega este libro en el que están contenidas algunas pistas metodológicas, cuando el autor nos revela a Martí a través de anécdotas que evidencian, por los hechos mismos, su grandeza espiritual y estatura histórica.
Cada página tiene el encanto de la sencillez, no de la simpleza, que no es lo mismo. La difícil sencillez por la que clamara Azorín o la propia concepción martiana de que la sencillez es la grandeza.
Se trata de Martí en su vida cotidiana en detalles, en pequeños episodios que se apartan de la adjetivación y exposiciones apologéticas para mostrarnos al ser humano. Atrapar al hombre en sus acciones diarias, en su interacción con los demás, en su proceder limpio, en sus mejores discursos que siempre fueron el lenguaje elocuente de sus actos, en fin, acercarse a su esencia por hechos amenos y contados con belleza es hacia donde nos lleva al autor de la mano de Martí.
Siempre he creído que historia que no cuenta es como un canto que no entona. Y con lo que se nos cuenta en este libro quedan abiertas las puertas para las ulteriores valoraciones, para las enseñanzas, sin necesidad de que estas queden formuladas de forma explícita. Ahí está el método martiano que acompaña al autor, el mismo que nos enseñó el hombre de LA EDAD DE ORO, cuando en la lectura “La Ilíada de Homero” habló de “enseñar como sin querer”.
Como uno no se puede sustraer de su condición de profesor, debo confesar a los lectores que la selección de anécdotas y el estilo de la exposición escrita logrados por Marchante, me recuerdan lo que el joven Martí reclamaba a los veintidós años sobre las características que deben tener las exposiciones orales para las clases.
Decía Martí en su trabajo “Clases orales”, publicado en la revista Universal, en México, el 18 de junio de 1875 (OCEC, tomo 2, p.78).
“Los conocimientos se fijan más en tanto se les da una forma más amena. Viven las clases de la animación y el incidente. Necesita a veces la atención cansada un recurso accidental que la sacuda y reanime. Grábanse mejor en la inteligencia los conceptos que se expresan en la forma diaria y natural […]”.
Quienes lo conocemos, sabemos que así es el profesor Marchante; tanto en sus clases como en sus escritos atrapa a su auditorio y a sus lectores. En mi caso, este libro me atrapó desde la primera lectura y fue una motivación constante para seguir hasta el final acompañado de la emoción y el ejercicio del pensar.
Estas páginas constituyen un arsenal de ideas para los maestros y profesores que, con fervorosa disposición, en cada nuevo curso escolar les hablan de Martí a los niños, adolescentes y jóvenes. Es un material formidable para la auto preparación, para contar con hermosura las anécdotas; para hacer que lo humano y lo bello reinen en el aula, que es, por cierto, la mejor manera de educar.
Es un libro para disfrutar y crecer con el conocimiento de la vida de un gran hombre que lo sabía ser en todos los pequeños detalles.
Gracias al profesor Marchante por estas páginas, por donde desfilan la belleza, la ternura, la fidelidad a los principios, el sentido del deber, el amar y el amor, la vida cotidiana, la música, la guerra, el precio de ser libres desde una visión de explicarnos la historia como actuación de seres humanos, no de ángeles ni arcángeles.
Gracias al profesor Marchante por este encuentro del corazón con la cultura para sentirnos más orgullosos de ser cubanos y saber más de nuestro Maestro por excelencia.
Con Martí y desde Martí, vivamos convencidos de que no es estéril aferrarse a lo mejor del ser humano y creer en sus posibilidades de desarrollo espiritual; no es algo ilusorio declararse cómplices de la virtud y labrar en el alma humana; no es en vano el sacrificio que confía en
el valor transformador de una educación basada en la eticidad.
Horacio Díaz Pendás
La Habana, 16 de mayo de 2013