DECEMBER 9, 2022

Elpidio Valdés, la cañonera y el dentista

Por: Eduardo Vázquez Pérez

En este artículo: Cuba, España, Guerra, Guerra de Independencia de Cuba, Historia, Historia de Cuba

15 enero 2025

Si usted es cubano o cubana no tengo que presentarle a Elpidio Valdés. También me arriesgo a pensar que alguna vez vio el dibujo animado donde el coronel Elpidio vuela una cañonera. Lo que quizás no conozca es que eso fue un hecho real, aunque, por supuesto no lo realizo un dibujo animado. La cañonera se llamaba Relámpago y ocurrió el 17 de enero de 1897 en aguas del rio Cauto. El jefe de la operación fue Carlos García Vélez.

El frio de diciembre de 1896

El 4 de diciembre, Calixto García, jefe del Departamento Oriental, le escribe al general Agustín Cebreco que su propósito es, “reunir todas las fuerzas del Departamento 5 ó 6000 hombres por lo menos y emprender operaciones de gran importancia”. Activar acciones en todo el territorio oriental, asediando  pueblos y ciudades. Las fuerzas cubanas dominan el campo  y obligan a las tropas españolas a moverse en grandes columnas.

Abastecer a las poblaciones y las fortificaciones se les hace cada más difícil a los españoles. Los convoyes incluían  pertrechos militares, alimentos, medicinas y todo tipo de avituallamiento. Para protegerlos se ven obligados a movilizar cientos y hasta miles de soldados.

Situado en el centro de la provincia Oriental, tener a Bayamo era dominar la cuenta del rio Cauto. Allí el Ejército de Operaciones de Cuba (nombre oficial del ejército español en la Isla) tenía un importante centro de operaciones y contaba con un fuerte sistema defensivo. A Calixto García no le es factible tomarlo y lo mantiene asediado.

Por tanto, para el jefe español del Departamento Oriental, general José Bosch, era prioridad mantener el abasto a Bayamo y para Calixto García impedirlo. Así fue aumentando el pulso sobre los suministros.

Chin chin y no era lluvia

Los convoyes que mencionamos en nada se parecían a las caravanas que vemos en filmes y series del Oeste norteamericano. Existen pocas fotos de los convoyes españoles, pero son elocuentes. Permiten imaginar cómo eran los traslados de esas caravanas. Tiradas por bueyes y mulos, que avanzan lento por pésimos caminos, bordeando bosques, desde los que se saben observados por los cubanos, quienes esperan el mejor momento y lugar para atacar.

Sólo entre noviembre y diciembre de 1896 se registraron los siguientes ataques a convoyes en Oriente: en noviembre 23, los cubanos atacaron un convoy que se dirigía a Bayamo y el 26, otro que trasladaba vituallas de Felicidad a Guantánamo. En diciembre, el día 1, fue atacada la caravana que iba de  Santiago de Cuba a El Cobre y, del 24 al 30, atacaron durante todo el trayecto otra caravana que iba de Holguín a Las Tunas.

Entre el 6 y 9 y el 16 y 17 de diciembre de 1896, Calixto García llevó a cabo dos grandes operaciones contra las caravanas de suministros españoles, dirigidas por los generales José Bosh y Nicolás Rey. Las escoltas de esos convoyes tuvieron más de mil bajas y se vieron obligados a abandonar en el camino parte de sus vituallas. Los cubanos declararon la pérdida de 80 efectivos entre muertos y heridos. Estos son antecedentes del tema que vamos a narrar.

¿Cómo llegar a Bayamo y cómo impedir que lleguen?

Ese era debate entre el general Bosch, por la parte española y el general Calixto García, por los cubanos. Para comprender mejor las maniobras y contra maniobras que se llevaron a cabo es necesario auxiliarse de un mapa que muestre el cauce del rio Cauto desde Manzanillo hasta Cauto Embarcadero y la ubicación de Bayamo, Veguita, etc.

Ante las pérdidas recientes, Bosch decide retomar la vía fluvial. Patanas y lanchones de poco calado por el Cauto desde Manzanillo hasta Cauto Embarcadero y desde allí, por tierra, a Bayamo y otros puntos. Para eso cuenta con fortines como en Guamo a la orilla del Cauto. Destina fuerzas para mantener libre de mambises las márgenes del río.

Calixto García quiere obligarlo a que haga el recorrido por tierra donde puede atacar las caravanas. Para obstaculizar el tránsito por el río crea la Columna Volante del Cauto y nombra al frente a su hijo Carlos García Vélez.

¿Misión imposible?

Carlos García Vélez tenía 29 años. Su experiencia militar se reducía a 10 meses.  Abandonó una prometedora carrera  de dentista en Madrid y la dirección de la revista especializada que había fundado. Nunca medró por ser el hijo de Calixto. Al contrario, el peso de la historia de su padre fue incentivo para ocupar los primeros puestos en los combates. Hacía dos meses que había sido ascendido a comandante por su destacado desempeño en la toma de Guáimaro.

Ahora le habían encomendado la más difícil misión de su corta carrera militar. Tendría el mando de tropa con autonomía operacional a discreción y la misión de vencer donde otros, con más experiencia, no habían podido. Además, la orden de actuar con urgencia para no perder la iniciativa. Son los días finales de diciembre de 1896.

Como segundo de la Columna Volante del Cauto asignaron el comandante Juan Manuel Galdós, quien más adelante toma protagonismo en esta historia. Como jefe de Despacho (encargado de llevar la correspondencia y todos los documentos), el comandante Gonzalo Goderich, y los jóvenes ayudantes de Calixto García, Sabas Meneses y Aníbal Escalante Baton, quien estaba por cumplir 17 años. Con el apoyo del general Francisco Estrada, la Columna Volante del Cauto reunió unos 50 hombres.

Estableció campamento en Paso del Agua, a pocos kilómetros de la desembocadura del Cauto. Envió a Aníbal Escalante con otros números a buscar la dinamita necesaria, que se encontraba escondida en San Andrés de Rioja, en la zona de Holguín.  A través de senderos extraviados y embejucados, necesitaron dos días con sus noches, sin apenas dormir, para cumplir la misión.  En su libro  Calixto García y la campaña del 95, Escalante Beatón narra detalles de toda la operación de la que formó parte.

Reputado, entre los mambises, como experto electricista, el  comandante Juan Manuel Galdós era el encargado de dirigir la construcción de los torpedos, que no eran otra cosa que minas subacuáticas.

Intentos anteriores

No era la primera vez que los cubanos utilizaban  explosivos en el río Cauto. El 15 de junio de 1896 una carga explosiva detuvo la marcha de un convoy de armas y municiones que se dirigía de Manzanillo a Cauto Embarcadero. Estaba integrado por el remolcador Pedro Pablo, la chalana Eulalia, y la cañonera Centinela, que  vuelve a repetir en nuestra historia.

La chalana fue averiada. En su ayuda acudió la pequeña lancha Bélico, que fue echada a pique por los cubanos. Después de una hora de combate la caravana logró continuar viaje, con solo la mitad de sus tripulantes. No obstante, el periódico madrileño El Imparcial, lo reportó como “verdadera epopeya”, porque “aunque con muchas bajas, acribillados los barcos y haciendo agua el Eulalia”, llegaron a Cauto Embarcadero.

En otra ocasión se había intentado cortar el paso por el río utilizando un entizado de alambres. Pero el alférez del cañonero puso la máquina a todo vapor y rompió la barrera criolla

Mejor que sobre

Todas esas experiencias las tuvo en cuenta  Carlos García Vélez. El golpe tenía que ser más contundente. Construyeron 10 “torpedos”. Así llamaban a lo que hoy conocemos como  minas subacuáticas. Esos “terríficos” torpedos se construyeron rellenando con dinamitas garrafones. Eso sí, cuidaron de sellarlos bien.

Con entusiasmo cubano y con aquello de que mejor que sobre, que no que falte, colocaron tanta dinamita en cada “torpedo”, como para levantar por los aires el Titanic. Los cables para las conexiones eléctricas los buscaron cortando hilos del telégrafo.

En espera del momento oportuno, la Columna Volante comenzó a hacerse sentir. El 12 de enero destruyeron 11 cayucos dedicados a las pesca para Manzanillo. Tres días después, con un petardo inutilizan una chalana que utilizaba el ejército para cruzar tropas y bagajes de una orilla a la otra. Son acciones menores, pero despiertan la alarma en el mando español porque suceden en un lapso de 72 horas. La transportación por esa vía comienza a hacer agua. El mando español sube la parada. Agrega cañoneras como protección.

A punto de doblar las campanas

Colocaron los torpedos en dos hileras de cinco minas cada una, de manera que si escapaban de la primera  línea, toparan con la segunda. Pero cuando terminaron la instalación comprendieron que el alambre no era suficiente para colocar el magneto, que provoca la explosión, a suficiente distancia. Nadie mejor que Galdós conocía el poder del explosivo  acumulado debajo de las aguas del Cauto. Sabía el riesgo de volar junto con la cañonera.

Cuando llego a este punto no puedo dejar de recordar al protagonista de la novela Por quién doblan las campanas, cuando vuela el puente en la Sierra de Guadarrama,  queda gravemente herido y pide a sus compañeros que lo dejen.

Por suerte, en el momento de nuestra historia, Hemingway no había nacido y faltaban 40 años para que apareciera la novela. Por tanto, el comandante Juan Manuel Galdós no tenía la oportunidad de preocuparse por el destino del  dinamitero de la ficción de Hemingway. Se concentró en las posibilidades de sobrevivir. Como pescadores curtidos, se ocultaron y se sentaron en silencio a esperar a que picaran.

Orden de partida

La mañana del  viernes 17 de enero de 1897 fue fría. Al amanecer las  cañoneras Relámpago y Centinela calientan sus calderas en el puerto de Manzanillo. Han recibido la orden de remontar el Cauto hasta el fuerte de Gamo, donde se ha reportado presencia de insurrectos. A las 7:00 a. m. se ponen en marcha.

(Continuará)

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